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Vanessa Ives (Eva Green)

Cuando estaba cursando el Ciclo de Grabado Calcográfico, empecé a familiarizarme con los vectores. Hasta entonces, todo lo que había hecho estaba muy ligado a lo manual: la tinta, el buril, el papel. Pero en una de las clases de informática, la profesora nos propuso un “juego” que, sin saberlo, marcaría un antes y un después para mí. La consigna era sencilla pero desafiante: había que construir formas con la menor cantidad de curvas posible. Me sobraron varias. Y no porque me faltaran ideas, sino porque, de alguna forma, ya estaba entendiendo la lógica del vector sin haberla estudiado a fondo. Ese pequeño reto me atrapó. Fue uno de esos momentos que te sacuden, que te hacen pensar: esto es lo mío.

A partir de ahí empecé a explorar más. Me di cuenta de que los vectores no solo eran útiles, sino que también podían ser bellos. Había algo hipnótico en la precisión, en la limpieza de las líneas, en cómo podías construir formas complejas a partir de elementos mínimos. Y esa manera de pensar visualmente —más técnica, más controlada, pero no por eso menos creativa— encajaba con mi forma de ver el diseño. Fue entonces cuando empecé a plantearme seriamente cambiar de rumbo y optar por Diseño Gráfico en lugar de seguir por el camino de la Ilustración. No fue una decisión fácil, pero sí natural.

De esos primeros experimentos nació este retrato vectorial. Formaba parte de un ejercicio de clase, y aunque en ese momento yo aún estaba aprendiendo, ya había algo en ese trabajo que me hizo sentir orgullo. No solo por el resultado, sino por lo que representaba: un cruce entre lo aprendido y lo nuevo, entre lo analógico y lo digital. Además, coincidió con mis primeros pasos con la tableta gráfica, otra herramienta que llegó para quedarse. Fue gracias a ella que pude incorporar tanto detalle en el pelo, algo que, honestamente, habría sido impensable hacerlo solo con el ratón. El retrato tomó forma poco a poco, curva a curva, como un dibujo que se revela con cada trazo.

Miro ese retrato ahora y me resulta entrañable. No porque sea perfecto —porque no lo es—, sino porque representa un momento muy concreto en mi formación, en el que todo era descubrimiento y ganas de aprender. A veces, los inicios son más importantes que los resultados finales. Y este, sin duda, fue uno de esos comienzos que marcaron mi camino.