Un ejercicio que nos propusieron en el Máster de Marketing, Publicidad y Comunicación es el siguiente: presentarnUno de los ejercicios más interesantes que nos propusieron en el Máster de Marketing, Publicidad y Comunicación consistía en algo aparentemente sencillo pero con mucha carga simbólica: presentarnos a nosotros mismos a través de cuatro elementos —la portada de un disco, un logotipo, una campaña publicitaria y un objeto. En otras palabras, construir una pequeña identidad personal desde referencias culturales, estéticas y emocionales. Y como siempre, me lo tomé como una excusa perfecta para mirar hacia dentro y entender qué cosas me definen, o al menos, cuáles quiero que hablen por mí.
La portada que escogí fue una fotografía realizada por David Standish, un fotógrafo de moda con un estilo muy reconocible, lleno de teatralidad, contraste y narrativa. Esta imagen en concreto ha sido asociada por muchos con referencias como La Pasión de Cristo, El Fantasma de la Ópera o incluso La Sirenita. Pero lo cierto es que, más allá de estas conexiones, la cubierta funciona como una pieza con vida propia. Tiene algo de misterio, algo de drama, y sobre todo, mucha magia. Esa capacidad de sugerir sin decirlo todo, de invitarte a mirar más de una vez. Es lo que me gusta de esta artista —y sí, lo digo también por la cantante a la que representa—, que sin dejar de mostrarse a sí misma, se reinventa constantemente. Es polifacética, juega con los límites de su imagen y los empuja un poco más allá, algo que siempre me ha parecido admirable. No cae en lo obvio, en la pose sexy de catálogo sin fondo, sino que construye un relato que va desde la portada hasta la última canción.
Para el logotipo, seleccioné un rediseño bastante reciente que, desde mi punto de vista, es brillante por lo que representa: ir en contra de las tendencias sin perder esencia. En un momento en el que todo tiende a simplificarse hasta volverse genérico, esta marca decidió apostar por una tipografía con serifa en su isotipo. Y no solo eso, sino que lo integraron de manera coherente en su identidad, dándole un aire más elegante y actual a la vez. Me gustó porque me pareció una lección de cómo una evolución bien pensada puede reforzar una marca sin perder lo que la hacía especial. Es una de esas decisiones de diseño que parecen pequeñas, pero lo cambian todo.
En cuanto a la campaña publicitaria, elegí una que apareció poco después de la pandemia, en un momento en que todos necesitábamos respirar un poco. Una campaña que nos hablaba de explorar, de cambiar, de experimentar. Todo con una narrativa muy dinámica, nostálgica y emocionalmente cercana. La canción que la acompañaba fue compuesta por Rigoberta Bandini e interpretada por el vocalista de Love of Lesbian, un combo que no podía fallar. Era fresca, ligera, pero con fondo. Me pareció un ejemplo perfecto de cómo una campaña puede conectar con un estado emocional colectivo y hacerlo desde la empatía, no desde el oportunismo. Un mensaje bien hilado, con estética cuidada y música potente: un trabajo redondo.
Y por último, el objeto. Aquí no tuve que pensar mucho. Escogí un dispositivo que, literalmente, cambió la forma en la que trabajo: el trackpad de Apple. Único, sin competencia real en su categoría. Me parece una herramienta que iguala la experiencia entre dispositivos táctiles y sobremesa, lo que me permite trabajar de forma más fluida e intuitiva. Tiene una respuesta gestual impecable, versátil, y, lo más importante para mí, es ergonómico. A diferencia del magic mouse, que nunca terminé de soportar, el trackpad me permite pasar horas trabajando sin molestias. Además, su integración dentro del ecosistema Apple con funciones como el control universal lo convierte en una extensión natural de mi flujo de trabajo. Literalmente no puedo trabajar sin él.
Este ejercicio fue una forma distinta de autodefinirse. No a través de palabras o discursos, sino mediante objetos y símbolos que hablan por uno. Y al final, también de eso va el diseño: de contar quién eres sin tener que decirlo todo.